viernes, 20 de febrero de 2009

ABOUT A CASTLE, A MURDERER AND THOMAS DE QUINCEY

Thomas de Quincey escribió en 1826 un tratado acerca del crimen titulado "El asesinato considerado como una de las bellas artes". En el se despachaba a gusto acerca de como reacciona el vulgo ante un crimen que de forma inesperada se convierte en tema de conversación de comadres. El populacho, inculto y zafio, se preocupará por el asesinato en si y por la víctima. Los buitres carroñeros que representan a la mayoría de los periodistas arrimarán su sardina a tan jugosa ascua, de tal manera que el tema pasará a ser asunto de Estado. Comidilla de esquina, charla de salón de peluquería, chismorreo generalizado y opiniones vertidas sin ton ni son a los cuatro vientos. El señor de Quincey decía que el artista, el poeta o aquel con cierta sensibilidad miraría a otro lado. Al asesino. Miraría en su mente, en sus tormentos, en su infierno. Allí es donde posará la mirada. Donde el hombre sensible encontrará el deleite del horror.

Más allá de consideraciones de este caballero, cualquiera con dos sesos de frente se dará cuenta que bien poco han cambiado las cosas en casi doscientos años. En realidad no han cambiado nada en los últimos cinco milenios, por poner una fecha al azar. La gente es estúpida y se empeña en querer demostrarlo. Todos los días hay que ver andanadas de vagos, gandules, haraganes y gañanes que se agolpan para desgañitarse gritando "hijo puta" a alguien que no conocen, por algo que ha hecho a otra persona que tampoco conocen. Mientras tanto los negros se mueren en el mar, pero poco importa por que la nevera está vacía.

Yo puedo entender la ira de alguien frente a una injusticia, pero también es cierto que más de dos personas se transforman en populacho y se anula la capacidad individual de razonar. Se convierten en "la masa" aborregada. Y ¿quién saca tajada? Nuestros compadres vendedores de periódicos y tertulianos que lo mismo hablan de política, de la crisis financiera, de la inmigración, de corrupción, de crímenes vulgares, de educación (sin tenerla) y de repente anuncian las grandes ventajas de dormir en un fabuloso colchón a precio de fábrica. El reinado de la telemierda que mantiene a millones de personas frente a sus televisores día y noche, llenando sus cortezas cerebrales de excremento. Rayos catódicos y plasmosos que se alojan en lo profundo del córtex, dejando un sedimento que va haciendo costra, endureciéndose y anulando por completo las facultades cognitivas del individuo sometido a tantas horas de nulidad. Literalmente, mierda. Caca. Esos si que son unos hijos de puta.

Y es que en este bendito país la compasión se compra y se vende al peso. Al peso de la cantidad de titulares que puedas reunir. ¿Quién y porqué decide lo que es importante y lo que no? ¿Se dan cuenta del poder que tienen? Yo creo sinceramente que si. Que lo saben muy bien y por tanto lo explotan. Natural, todo el mundo barre para casa. Pues eso no son noticias que se puedan explotar como una mina de diamantes, coño. Luego vienen haciendo autocrítica con cosas que no vienen al caso, para inmediatamente volver a lo mismo. Y así, han acostumbrado a todos a quedarse alucinados frente a la tele. A devorar de forma compulsiva toneladas de basura. Los defensores del aparato me dirán que me equivoco y yo que son ellos los que se equivocan, por tanto no entraré en debates que no llevan a ninguna parte. La conclusión es que aunque el hombre pueda ir a la Luna, o fabricar robots que te hagan una patatas a la riojana, nada cambiará hasta que se eduque a la gente como es debido. Eso si que es una utopía. País de burros.

1 comentario:

Pedro Estrada dijo...

Coincido con su análisis, Mr. Zhukovsky. Sólo quisiera hacer una apreciación como periodista: ninguno de esos buitres son periodistas. Y no lo son pese a que algunos posean la licenciatura en Periodismo, un cacho de papel que poco luce ni aun enmarcado. ¿Acaso alguien diría que Luis del Olmo, Jesús Hermida o Miguel de la Quadra Salcedo no son periodistas? Pues ninguno tiene título, puesto que la carrera se la inventaron allá por el año 1977, creo. Uno es periodista por lo que hace, no por el título. Y los que se dedican al chismorreo son "cotillas", "correveidiles" o "cizañeros", según el caso, pero no periodistas.
(Y lo dice uno que trabaja en FHM... Hay que joderse).


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