domingo, 26 de julio de 2009

JULY, JULY...


Son estos días calurosos del verano los que le dejan a uno para el arrastre. La asfixia producida por el calor acogota los sentidos y apocopa el entendimiento dejando la reflexión en una parva línea translúcida. Se apodera de uno esa extraña sensación de flotar en un retazo de tiempo, en un trozo de verano, un pedazo de mes, un fragmento más de un año que acabará formando parte de los últimos estertores de una década nefanda. Son instantes de tiempo velado, de tiempo no consumido pero gastado irremediablemente en los más necios sinsabores cotidianos. Las ideas se transforman en un líquido ligero y vaporoso y la fuerza de los rayos del sol las evapora a través de los poros de mi cráneo y estas se van, se van lejos. Solo espero que la lluvia las deposite dulcemente en tierras fértiles de las que pueda manar algo que valga la pena.

Y mientras tanto, uno tiene la certeza de que existe. Pero ¿estoy vivo? Aquellos que dicen que el conocimiento de la existencia de algo se basa en la existencia de su principio opuesto ¿tendrán que morir primero para saber lo que es vivir? ¿De qué les ha de servir? Yo tengo una clara conciencia de estar vivo. De ser, de existir, de estar y en ocasiones de parecer. Son esas las grandes palabras que inventó el hombre para reafirmarse. Palabras grandes como montañas, inapelables en su gran significado. Palabras que, valga la contradicción, expresan lo inefable. Y el hombre las encontró en su camino. Las estudió y reflexionó sobre su sentido y como su ser, su existencia, su estar y su siniestra apariencia condicionaban su vida en este universo. La prueba son las grandes bibliotecas. Ah, no estaban ociosas esas gentes; sabían escribir.

Y hoy, esas palabras han muerto. Esas grandes palabras se disfrazan, aceptan subterfugios y mutaciones diversas para ser, sin ser vistas. Hoy un individuo no dice: "Yo soy". Hoy, ese individuo sale a la calle pisando fuerte con sus zapatos de Armani y su camisa de rayas color pistacho de a cien euros la unidad y la gente dice: "El es". Y el sabe que la gente lo dice y se reafirma. Otros individuos salen de sus garajes y piensan "Yo existo". Mientras, aceleran sus grandes vehículos, todo-terrenos y deportivos tuneados equipados con grandes equipos de música, focos de campo de concentración, sistemas de sensores que les ponen en contacto con satélites colgados de un hilo en medio de la nada. Y la gente, alucinada, prorrumpe en gritos de admiración: "Ese si que existe" Lo dicen porque piensan que ese trozo de carne puesto al volante de un armatoste de metal está disfrutando de su existencia.

Pero en realidad, camaradas, todo eso forma parte de los trucos de prestidigitación de ese otro vocablo monolítico: parecer. Parece que son; parece que disfrutan; parece que existen; parece que la vida fluye por sus venas. Pero eso es todo. Viven en ese reino de la apariencia en el que muchos se declaran por pleno derecho príncipes, emperadores, reyes, conquistadores. Y en realidad solo hay que esperar a que los gritos del niño les pongan en evidencia, por que el ve con sus ojos de niño, preclaros, sinceros. Lástima que solo por ser niño no le crean. Así, su noble juicio pasará como charla de psiquiátrico en las nebulosas conciencias de la comitiva ciudadana.

Días de hoy, tiempos modernos, aciago destino, necia civilización empeñada en enarbolar la bandera de la decadencia. En las profundidades de los tiempos se agostan los grandes pensadores. Aquellos que dieron su vida y se dedicaron con esfuerzo a desentrañar los grandes problemas que nos acucian. Que azotan nuestra conciencia y desvelan nuestras madrugadas. ¿Sirvió de algo? Ellos duermen en la noche eterna y nosotros construimos un mundo inexpresivo donde no existe el lenguaje, solo la imagen. ¿Valió la pena el esfuerzo? Donde todo se enreda y se confunde en un amasijo palpitante de incomprensión. ¿Tiene sentido esa lucha eterna? Muchas veces tengo la sensación de no ser capaz de comprender absolutamente nada de lo que ocurre a mi alrededor ¿He de rendirme? Como si todo fuese un complejo enigma jeroglífico que no puedo descifrar. El mundo está loco, pienso. Qué hacer, qué hacer. Con esas ideas torpes, esos eslabones rotos, esos marcos oxidados que nunca encuadrarán nada, ah, qué dilema, dejar pasar, dejar hacer, dejar fluir, que corra, en el fondo nada importa nada...


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