sábado, 30 de enero de 2010

PSYCHOLOGICAL DEMOCRACY: DON´T BE A LOSER!

En nuestra bendita sociedad occidental, hijastra bastarda del protestantismo, todos conocemos la importancia que tiene el no ser un perdedor. Importancia que va más allá incluso de ser un triunfador. “Quizás yo no llegue a ser alguien importante en esta vida pero, ¡qué narices! un perdedor no soy.” Este aspecto de nuestra sociedad determinista, darwinista y por encima de todo competitiva no escapa al ojo observador de los políticos y sus ayudantes, consejeros, aguadores y aduladores. De la misma manera que en este país un individuo es hincha del equipo local y a la vez lo es o del Madrid o del Barcelona, este mismo individuo es presa fácil para las veleidades de Partido. Esto lo sabe el buen Demócrata y juega sus bazas de la mejor manera posible en su caza de votantes.

Vayamos por partes. Sabemos que hay varios tipos de votantes: unos son los que llaman de base o de ganado lanar que votarán a su Partido ocurra lo que ocurra. No les importa que les mientan, roben o engañen. Tienen tanta fe en sus símbolos, en sus letras y en sus himnos que son incapaces de ver la realidad. Con estos hay poco que rascar y se desaconseja en todo punto tratar de razonar con ellos. Tenemos también a aquellos que votan a partidos minoritarios aún a sabiendas de que nunca jamás van a conseguir representación en ninguna parte. A estos también les mueve la fe. No obstante se muestran abiertos al debate. Y finalmente tenemos a los indecisos en los cuales quisiera centrar mi atención aplicándoles el principio psicológico del “ganar o perder.”

Estos votantes son lo suficientemente vagos como para no tener una filiación política concreta a un Partido y más vagos aún como para pararse por unos instantes a pensar por sí mismos que opción es la más adecuada para el futuro de su país. Es aquí donde se pone toda la carne en el asador. ¿Por qué? Pues porque a estos no les mueve la política, la economía, la cultura o la política internacional. Ellos creen en una victoria. Viven con emoción los días previos a unas elecciones como si de la final de la Copa del Mundo se tratase. Hacen cábalas, cálculos y apuestas. Día tras día devoran las estadísticas de intención de voto y se ponen nerviosos cuando observan que la distancia entre un Partido y otro es de unas pocas décimas. La decisión es difícil. Y es que no quieren estar en el bando perdedor. No se por qué pero nunca nadie quiere. ¿Entendemos ahora los gritos encendidos desde el corazón de un mitin de campaña de “a ganar, a ganar, vamos a ganar”? ¿Entendemos esa eterna pregunta tras un debate televisado entre los principales candidatos? ¿Cuál cree usted que ha ganado?

El problema para un país es grave y es que es este grupo el que decide quién gobierna. En nuestro caso, España, lo cierto es que poco importa ya que aquí gobierna el Partido único. Esté quien esté en el poder poco cambiará. Pero no nos desviemos del tema. Es posible que todo se mueva en el ámbito del subconsciente, pero lo cierto es que estos individuos se dirigen a las urnas con la intención de votar a aquel Partido que piensan que va a ganar. ¿Es posible semejante comportamiento? Es más ¿es aceptable? Yo creo que no es aceptable y creo que, desgraciadamente, ocurre.

Imaginemos a estos señores la tarde del recuento de votos, repantigados en su sofá delante del televisor. De pronto aparecen los resultados definitivos: el Partido tal ha ganado las elecciones. La alegría en su rostro y en su corazón al saber que ha votado por el PARTIDO ganador, que esa victoria es en parte suya pues muy pronto el candidato electo le hará partícipe de ella, el orgullo con el que al día siguiente podrá decir a sus colegas en el bar que “ha ganado las elecciones” mirando con recochineo a los votantes lanudos del Partido perdedor. Y después, invariablemente, tras sentirse satisfecho consigo mismo y por el servicio prestado al país cambiará de canal para comprobar el resultado de la quiniela. Hasta dentro de cuatro años.

sábado, 16 de enero de 2010

DUMBNESS

Quizás no lo hiciese en público y fue tan solo una de esas cosas que se hablan con uno mismo y que no trascienden más allá de nuestra propia frontera, pero lo cierto es que me resulta verdaderamente complicado no volver a la carga y es que hay mucho por descargar. Ah, la humanidad: divino tesoro de inmundicias, alegrías, desgracias y grandezas. Pero seamos más precisos. Basta con echar una mirada a nuestro alrededor partiendo de esta sencilla premisa: la exposición continuada al ruido produce sordera crónica. Preguntad si no. La mayoría no os escuchará de verdad y la prueba definitiva de ello es que si les preguntáis a los pocos días acerca de qué estuvisteis hablando no se acordarán. ¿Problema de la memoria? No. Sordera crónica con variantes de tinitus y profundo estrangulamiento del caracol interno así como solidificación absoluta del tímpano. Recomendación médica: ¿higiene? No, aunque necesaria no es tratamiento para este gravísimo problema.

Pero ¿por qué? Pues es una cosa muy sencilla. En todo momento de nuestra vida estamos sometidos al ruido. Este no solo adopta una forma física: bocinas, música infame, gritos, máquinas, millones de pasos resonando a la vez por las aceras, el chirriar de los frenos de las bicicletas, el rumor de los mercados callejeros, el frufrú de las hojas de los árboles azotados por el viento mezclado con el retumbar de los cristales de las ventanas. No. Hay un ruido terriblemente ensordecedor que no solo nos deja sordos sino que nos agrieta el alma. Se introduce en nuestro cuerpo y abotarga nuestros sentidos, sumiéndonos en un suave letargo. Es ese ruido frío, necio y ladino que se cuela por todas partes. Un ruido que no entiende de decibelios ni de ondas hercianas. Este está preparado para entrar en nuestro cuerpo de múltiples formas: por nuestros ojos y oídos en forma de video, música, anuncio, publicidad o zafia propaganda; por nuestras manos al teclear códigos alfanuméricos y manejar aparatos de adiestramiento mental; por nuestra lengua al paladear sabores uniformes, iguales para todos y que para nada tienen en cuenta aquellas manos que lo elaboraron.

El asunto es más serio de lo que pueda parecer. Afecta sobretodo a aquellos cuya capacidad crítica y cuya habilidad para razonar se ha reducido a la mínima expresión, pero dando, no obstante, la fugaz sensación de que efectivamente estas habilidades se mantienen intactas. También puede suceder que a golpe de sordera ya no quieran ni escuchar y te suelten el discursito, bien aprendido e interiorizado como una jaculatoria sufí, y se queden allí sin atender a tus preguntas, desviando la atención para volver una y otra vez sobre lo mismo. Si, amigos se produce lo que es evidente: la comunicación humana se resiente. Ya no se dan intercambios de información, de emociones, de sensaciones de una forma natural y espontánea, sino que todo queda a merced de lo previamente establecido. Y esto ¿qué es? Pues ya lo sabéis. En realidad lo sabe todo el mundo. El problema es que no saben que de verdad lo saben por lo que de muy poco les sirve.

De esta manera las personas se van volviendo poco a poco sordas. Viejas y sordas. Esto les afecta también a la memoria y olvidan quienes son de verdad. Y lo que es peor: olvidan que para descubrirlo solo han de dialogar en lo profundo consigo mismos. Ciegos y sordos a esta realidad buscan torpemente en medio del inmenso ruido. Se vuelven irascibles, pierden el sentido del humor más genuino, se consideran superiores y caminan altivos despreciando a todo y a todos sin motivo alguno. Están tan encenegados que piensan que sólo ellos merecen el don de la vida y que todo lo que de terreno hay les pertenece por derecho propio. Talmente, embrutecidos, ensombrecidos, transmutados en carne meramente no sienten ni padecen a no ser que ese Ruido se lo ordene. En medio del vasto Huracán cotidiano el Hombre queda a su merced.

Pero no temáis pues hay esperanza. No sabemos si esta la reparte Dios, Ala, Buda, la verdad inmutable de lo que es solo cambio y nada más, la intensa legibilidad del Tao, el ánima mundi que otorga la vida a las fieras, al hombre, a las plantas y a las rocas o la simple voluntad del alma humana. No sabemos de que forma, pero mientras la semilla de la duda que de plantada, mientras existan orejas dispuestas a escuchar el canto del pájaro en la mañana, mientras queden preguntas sin respuesta, mientras la codicia, la envidia y la avaricia queden desterradas de una sola de las criaturas que pueblan la tierra y mientras haya paz en uno solo de los corazones de los hombres, quedará algo de esperanza. Y es que, queridos camaradas, no todo ha de ser desazón, malestar y mala sangre. Salud.


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