sábado, 16 de enero de 2010

DUMBNESS

Quizás no lo hiciese en público y fue tan solo una de esas cosas que se hablan con uno mismo y que no trascienden más allá de nuestra propia frontera, pero lo cierto es que me resulta verdaderamente complicado no volver a la carga y es que hay mucho por descargar. Ah, la humanidad: divino tesoro de inmundicias, alegrías, desgracias y grandezas. Pero seamos más precisos. Basta con echar una mirada a nuestro alrededor partiendo de esta sencilla premisa: la exposición continuada al ruido produce sordera crónica. Preguntad si no. La mayoría no os escuchará de verdad y la prueba definitiva de ello es que si les preguntáis a los pocos días acerca de qué estuvisteis hablando no se acordarán. ¿Problema de la memoria? No. Sordera crónica con variantes de tinitus y profundo estrangulamiento del caracol interno así como solidificación absoluta del tímpano. Recomendación médica: ¿higiene? No, aunque necesaria no es tratamiento para este gravísimo problema.

Pero ¿por qué? Pues es una cosa muy sencilla. En todo momento de nuestra vida estamos sometidos al ruido. Este no solo adopta una forma física: bocinas, música infame, gritos, máquinas, millones de pasos resonando a la vez por las aceras, el chirriar de los frenos de las bicicletas, el rumor de los mercados callejeros, el frufrú de las hojas de los árboles azotados por el viento mezclado con el retumbar de los cristales de las ventanas. No. Hay un ruido terriblemente ensordecedor que no solo nos deja sordos sino que nos agrieta el alma. Se introduce en nuestro cuerpo y abotarga nuestros sentidos, sumiéndonos en un suave letargo. Es ese ruido frío, necio y ladino que se cuela por todas partes. Un ruido que no entiende de decibelios ni de ondas hercianas. Este está preparado para entrar en nuestro cuerpo de múltiples formas: por nuestros ojos y oídos en forma de video, música, anuncio, publicidad o zafia propaganda; por nuestras manos al teclear códigos alfanuméricos y manejar aparatos de adiestramiento mental; por nuestra lengua al paladear sabores uniformes, iguales para todos y que para nada tienen en cuenta aquellas manos que lo elaboraron.

El asunto es más serio de lo que pueda parecer. Afecta sobretodo a aquellos cuya capacidad crítica y cuya habilidad para razonar se ha reducido a la mínima expresión, pero dando, no obstante, la fugaz sensación de que efectivamente estas habilidades se mantienen intactas. También puede suceder que a golpe de sordera ya no quieran ni escuchar y te suelten el discursito, bien aprendido e interiorizado como una jaculatoria sufí, y se queden allí sin atender a tus preguntas, desviando la atención para volver una y otra vez sobre lo mismo. Si, amigos se produce lo que es evidente: la comunicación humana se resiente. Ya no se dan intercambios de información, de emociones, de sensaciones de una forma natural y espontánea, sino que todo queda a merced de lo previamente establecido. Y esto ¿qué es? Pues ya lo sabéis. En realidad lo sabe todo el mundo. El problema es que no saben que de verdad lo saben por lo que de muy poco les sirve.

De esta manera las personas se van volviendo poco a poco sordas. Viejas y sordas. Esto les afecta también a la memoria y olvidan quienes son de verdad. Y lo que es peor: olvidan que para descubrirlo solo han de dialogar en lo profundo consigo mismos. Ciegos y sordos a esta realidad buscan torpemente en medio del inmenso ruido. Se vuelven irascibles, pierden el sentido del humor más genuino, se consideran superiores y caminan altivos despreciando a todo y a todos sin motivo alguno. Están tan encenegados que piensan que sólo ellos merecen el don de la vida y que todo lo que de terreno hay les pertenece por derecho propio. Talmente, embrutecidos, ensombrecidos, transmutados en carne meramente no sienten ni padecen a no ser que ese Ruido se lo ordene. En medio del vasto Huracán cotidiano el Hombre queda a su merced.

Pero no temáis pues hay esperanza. No sabemos si esta la reparte Dios, Ala, Buda, la verdad inmutable de lo que es solo cambio y nada más, la intensa legibilidad del Tao, el ánima mundi que otorga la vida a las fieras, al hombre, a las plantas y a las rocas o la simple voluntad del alma humana. No sabemos de que forma, pero mientras la semilla de la duda que de plantada, mientras existan orejas dispuestas a escuchar el canto del pájaro en la mañana, mientras queden preguntas sin respuesta, mientras la codicia, la envidia y la avaricia queden desterradas de una sola de las criaturas que pueblan la tierra y mientras haya paz en uno solo de los corazones de los hombres, quedará algo de esperanza. Y es que, queridos camaradas, no todo ha de ser desazón, malestar y mala sangre. Salud.

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