martes, 11 de mayo de 2010

FUNNY SLIDE

Sucede que en ocasiones uno cambia de parecer. Lo que antes nos parecía cristalino ahora lo vemos oscuro y por lo que antes habríamos puesto la mano en la hoguera del mismo infierno, ahora no daríamos ni un paso para justificarlo. A esto se le ha llamado de muchas maneras pero a mí particularmente me gusta la de “cambiar la chaqueta”. Y, queridos camaradas, eso es ni más ni menos que lo que he hecho. Y lo digo sin tapujos, sin ambages, sin complejos de ningún tipo, abiertamente: soy un maldito chaquetero y no me pesa admitirlo. Sí, ahora pertenezco al selecto club de los exfumadores que si por algo son populares es por la saña con la que atacan a los pobres fumadores; a eso vamos.


Recuerdo un tiempo en que las esperas eran menos largas mientras me liaba un pitillo y me lo fumaba; un tiempo en que viajar no era agotador sino algo encantador si el paisaje se veía difuminado tras una cortina de humo; recuerdo esas tardes de asfixia en ambientes sórdidos corrompidos por el humo y la nicotina, aderezados con licores fuertes. Recuerdo que pensaba “no eso nunca ¿cómo voy a dejar de fumar?” Sí, admitía que era malo, pero lo amaba, lo reverenciaba, me arrodillaba ante ese pedestal de los poetas, hincaba mis rodillas en ese templo de los ególatras y estetas que consideraban la vida un necio vacío útil tan solo para llenarlo de hedonismo, falsos elitismos y parvas conversaciones de filosofía barata. Oh, que hermosos sonetos resonaban sonoros en esas tardes lánguidas en las que lo sublime palidecía por instantes ante lo que se me antojaba como lo supremo: fumar.


Y ¿qué ha ocurrido? Mi mente nublada por el humo y obcecada por los impulsos nicotínicos era incapaz de aceptar lo absurdo de esos comportamientos y esas enajenaciones; era ajeno a mi propio alienamiento, ¡fíjense bien, y yo sin saberlo! Pero desperté y me alejé de todo aquello, y ahora lo veo claro. Ya no hay distorsión alguna, ya no hay cortina de humo y nunca mejor dicho. Cada uno es libre de hacer lo que quiera con su cuerpo. El problema es que el necio y rancio vicio del humo perjudica a todos. ¡Muérete si tal es tu deseo! Pero a mí no me mates. Es esta la única droga que perjudica de forma directa no solo al que la consume si no al que está al lado. Habría que prohibir su venta .Ni la heroína ni el alcohol tienen este efecto pernicioso. Es por eso que os digo, queridos amigos, lo siguiente adoptando, eso sí, tono sañudo:


“ Siento ser yo el que lo tenga que hacer, más todavía cuando antes era yo el que criticaba a los no fumadores por su asalto infame a los reductos de los fumones , pero así son las cosas. ¡Amigos y camaradas, compañeros y completos desconocidos: dejad de una vez esa fea costumbre! Costumbre de pulmón muerto y de diente raído. Costumbre de mal aliento y olor a vinagre. Costumbre de ansia eterna y desasosiego perpetuo. Costumbre de corazón inquieto y estómago revuelto. Costumbre de perenne necesidad e inmediata dependencia. Costumbre de ahumar de más mi tostada de salmón y hacer que mi caña parezca un brebaje mágico. Costumbre de molestar a los demás con sus contantes interrupciones, sus oleadas de tufera inaguantable y sus estúpidas argumentaciones acerca de la libertad individual. Si de mi dependiera os catalogaba como terroristas suicidas pues no solo fastidiáis vuestra salud sino que estropeáis la nuestra; la de amigos, padres, abuelos e hijos. Por eso, con mi nueva y flamante chaqueta y con toda la saña del mundo os digo: ¡a la puta calle! “


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