lunes, 5 de octubre de 2009

A REMARKABLE FINDING

Ocurrió la semana pasada. Andaba yo en La Brasa, poniéndome del revés con un refresco de cola descafeinado, bajo en grasa, sin azúcar y sin burbujas cuando sentí la llamada de lo salvaje. O de lo natural, según se mire. El caso es que mientras le daba la vuelta a mi vejiga y la escurría bien escurrida con el fin de no dejar ni rastro de ese infecto líquido que había tomado y de paso mejorar la absorción de los compuestos vitamínicos, encontré apoyado sobre la cisterna un cuadernito de esos de canutillo con las tapas desgastadas y con un nombre grabado: Andrés. Como se suele decir me faltó tiempo para esconderlo debajo de mi camiseta, pagar mi consumición, decirle a mis compadres que tenía prisa porque trabajaba al día siguiente, cosa que era mentira, e irme a mi casa para, acomodado en mi sofá de patas talladas al estilo moderno, es decir lisas y lasas, disponerme a leer este curioso cuadernito. Y esto es lo que averigüé.

Resulta que Andrés, muy al contrario de lo que se piensa, es hijo de padres castellanos. Su padre de Zamora y su madre de Palencia. Sangre fría, castiza, bizarra, gallarda, yerma, seca, gélida y árida es esta. Y cómo no, ancha. Le tocó ser el mayor de cuatro hermanos y de ahí su porte frío, distante y sus aires de superioridad. Por motivos de trabajo la familia se fue a China, a la provincia de Huang-Shu, cerca de la costa del mar Ladino. Allí Andrés aprendió el idioma, se familiarizó con las enseñanzas del Tao, aprendió cocina china, se amagó con varias muchachas y entabló una profunda amistad con un tal Shiao-Pei, estudiante de Relaciones Culturales en la Universidad local. Su familia fue un modelo de integración social. Tan sólo les faltaba rasgarse los ojos y pintarse de amarillos para ser del todo chinos.

Esta situación del todo excepcional no se puede comprender sin conocer los asuntos en los que andaba metido su padre. Poseía un negocio de importación…digamos…de una manera sutil…de…carne. Si, esa es la palabra. Transportaba carne de China a España en barco. El viaje duraba aproximadamente dos meses, en los cuales la carne no era tratada como era debido. No recibía comida ni agua y se hacía todas sus necesidades encima en un habitáculo de dos metros cuadrados. Una vez en España, esa carne era sabiamente rentabilizada aplicando las teorías económicas Marxistas, bien aprendidas por ciertos gobernantes chinos. Dicho negocio reportaba a su padre y a la familia jugosos beneficios y no poco respeto. En definitiva era lo que conocemos como gente de bien.

Pero, ¡ah, cruel destino! La familia cayó en desgracia por una torpeza. Resulta que una noche en la que se celebraba una gran fiesta en casa de los Sañudo, pues tal es el apellido de Andrés, ocurrió un pequeño desastre. Andrés bebió más de lo debido y no tardó en organizar todo un espectáculo. Un verdadero escándalo. Primero aseguró que en su entrepierna tenía una varita mágica capaz de convertir a cualquier mujer en una auténtica cerda, luego lanzó bolitas de carne de pollo frito al escote de la hija del gran Hu-Tang-Jao, mafioso, traficante y más conocido en su ciudad como Iracundo Jao, y después se puso a cantar la Internacional utilizando la letra de una popular canción picante. La lista de las imbecilidades cometidas por Andrés esa noche es larga y ocupa cincuenta páginas en su diario. Resumiré pues lo que de verdad interesa, que es el desenlace de aquella noche fatal.

Los grandes señores invitados a la fiesta se sintieron no solo indignados, sino directamente atacados e insultados. Por ello, a la semana siguiente pasaron a la acción. Sus dos hermanas fueron violadas y descuartizadas, su hermano de diez años fue abandonado en el desierto del Gobi sin comida ni agua y sus padres fueron obligados a dispararse el uno al otro. Su madre dudó un instante y cayó fulminada. Su padre se echó a llorar al ver lo que había hecho y trató de acabar con su vida, pero ya no había balas. Y antes de morir con el cuerpo lacerado por la tortura, tuvo que comer los restos de sus hijas, cosa que le llevó una semana completa. Andrés, no se sabe cómo, consiguió escapar y regresó a España como lo que era: un trozo de carne.

El resultado de este periplo es lo que todos o casi todos sabemos. Andrés se hizo con el control del tráfico de carne en cierta localidad de España y como tapadera abrió un típico bar español pero con ciertos toques orientales. Supo combinar ambas esencias de forma sabia, y prueba ejemplar de ello es el rollito relleno atravesado por algo tan español como un palillo. Esta, queridos amigos, es la historia que se esconde detrás de Andrés. Esto explica la existencia de personajes emblemáticos y por otra parte arquetípicos como la guarrona, el chino del BMW, el corte de pelo de Andrés y su tufillo a colonia cara, los cubatas de infarto, los platos de jamón a cinco euros, las constantes reformas, el menú de barbacoa, el salón secreto que nadie a visitado jamás y los parroquianos, desde el director guión barra entrenador hasta los rumanos pasando por la vieja ludópata y por supuesto nosotros mismos. La cuestión ahora es ¿vamos a seguir yendo a este garito?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si Andres es hijo de españoles...porque tiene rasgos orientales?


contador de visitas